Cosas del XVIII

Textos en la Cantadas, Tonos y Villancicos

Tal vez esté pendiente una investigación académica de los textos de las Cantadas, los Tonos y los Villancicos de corte sacro. Hasta entonces, leamos en el villancico al Santísimo Sacramento de Joaquín García (1710-1779), maestro de capilla en Las Palmas de Gran Canaria, destaca el sentido del oído como superior al resto, para alabanza del Sacramento:

¡Ay qué prodigio! ¡Ay, qué portento!
la mayor maravilla del sumo dueño:
los sentidos se engañan en el misterio,
solamente el oído subsiste ileso.

1- Substancia de pan la vista percibe aquí, pero es cierto
que en discurrir este punto este sentido está ciego.

2- Olor percibe el olfato, pero por la fe creemos
en la espiritual fragancia de Cristo en el sacramento

3- De sabor de pan el gusto indicios da manifiestos,
pero es sabor celestial que da el gusto más completo.

4- El tacto las cualidades del pan toca por extenso,
mas en misterio tan grande anda el tacto muy a tiento.

5- Y pues el la Eucaristía la buena gracia entendemos,
en gracia la recibimos y en gracia lo contemplemos.

¡Ay, qué prodigio! ¡Ay, qué portento!

la mayor maravilla del sumo Dueño. 


Del CD ¡Ay qué prodigio!

El sueño de la razón produce monstruos

Grabado de Goya

La cultura en el siglo XVIII

Esta centuria es una hoguera en la que se fundió una edad, mientras otra amanecía. Durante ella se realizó el intento más importante de incorporación de España a la política universal. En este siglo entra en España, con la pompa palatina de los Borbones, el viento francés, henchido de novedades y audacias. La influencia francesa se advierte a través de toda la centuria y tiene por causas la vecindad, el estar regidas ambas monarquías por la misma familia y el ser Francia la que ocupaba el primer lugar en la cultura europea. Hay, pues, un fenómeno de afrancesamiento intelectual y político en las minorías intelectuales y dirigentes, deslumbradas como otras de Europa por los esplendores de la cultura francesa. La fe y las costumbres tradicionales se conservan más en el pueblo, reacio a las novedades. (...)
Por la buena voluntad de unos cuentos hombres pudo pronto rehacerse la España de paisaje ruinoso, habitada por unos hombres decaídos y sin alientos. A una política interior acertada y a una decidida obra de cultura, a un esfuerzo, se debió al renacimiento español, sin que interviniese el azar, como en otra época, ofreciéndonos el descubrimiento de América; ni tampoco a victorias, conquistas y herencias. (...)
La Iglesia recibe fuertes golpes. (...) La Inquisión aminoró el poder que había tenido (...) La expulsión de los jesuitas obedeció a motivos varios (...)
El ejército se reclutaba por el enchanche voluntario, por el sorteo o quinta, por la leva o recogida de vagabundos y por mercenarios extranjeros (...)
La población al comienzo del siglo XVIII era pobre. La península era un inmenso país de mendigos, de nobles fanfarrones y de seudosabios discutidores y dogmáticos (Marañón). Los mendigos pasaban de 80.000, y a esta nube de pordioseros y maleantes había que sumar el número excesivo de religiosos y nobles  y los criados de éstos (...) La población aumenta, de 7 millones al empezar el siglo XVIII, a 10 ó 12 al finalizar.
Las clases sociales siguen la tónica anterior levemente mejorada. Prosigue el afán nobiliario: en 1789 había 119 grandes de España (...) Los señoríos se seguían vendiendo y el señor nombraba los funcionarios municipales y percibía los tributos (...) Aunque Carlos III dio la pragmática de 1783, que declaraba que todos los oficios honestos y honrados y su ejercicio compatible con la nobleza, seguía la incompatibilidad del trabajo manual con la hidalguía. La esclavitud estaba reconocida por la ley; en 1784 se prohibió marcarles con hierro (...)
A la restauración económica contribuye eficazmente la creación de Sociedades Económicas de Amigos del País, que se preocupan de la difusión de la cultura profesional y técnica mediante la fundación de escuelas y talleres y discutiendo y vulgarizando los estudios más notables que se publican en el extranjero sobre sus materias (...) En orden a la beneficencia se fundaron Montes de Piedad, asilos, montepíos y otras instituciones de asistencia social. (...)
La agricultura hasta Carlos III no se estudia con interés (...) Se consiguieron remedios parciales. Jovellanos dio el notable "Informe de una ley agraria" (1795)
En la industria, después de la decadencia a la que se había llegado en los últimos Austrias, se produce un renacimiento notable. Durante la primera mitad del siglo se inspiraron en las normas de Colbert, haciéndose política intervencionista del Estado mediante una minuciosa reglamentación de los procedimientos técnicos, empleo de materias y fabricación de determinados tipos, y se favorecieron con exenciones y privilegios a las industrias privadas. (...)
Juzgar al siglo por una lista de hombres eminentes, es tan pueril como calificar de opulento a un país empobrecido porque pudiera contarse en él una docena de millonarios (...)
Entre los naturalistas descuellan Cabanillas, autor de la "Historia del reino de Valencia"; Mutis, que estudia la flora colombiana. En las fisicoquímicas se distinguen Salvá, que hizo ensayos de telegrafía eléctrica (1796); Clavijo que inventa la bomba de vapor para desagüe (1796); en mineralogía resaltan Ulloa y Foronda; en medicina, Piquer, Casal, Balmis; en matemáticas, Jorge Juan y Antonio de Ulloa, que colaboran a medir el cuadrante del meridiano terrestre (...)
Nada interesó tanto a los españoles de la segunda mitad del siglo XVIII como los problemas económicos. Florece una pléyade de tratadistas, como Campomanes, Larruga, Ustáriz, Macaraz y Jovellanos. (...)
Existían 24 Universidades, pero estaban en decadencia y en situación lamentable. (...) El espírito retardatario y arcaizante de las Universidades hizo preciso la creación de instituciones extrauniversitarias que llenasen las nuevas aspiraciones. Tales fueron las Reales Academias de la Lengua (1713), de Medicina (1734), de la Historia (1738), de Bellas Artes de San Fernando (1752) y otras provinciales. (...)
La influencia francesa en la literatura es avasalladora. La crítica y la polémica adquieren gran importancia. Luzán (1702-1764) publica su famosa "Poética" que respondía al neoclasicismo imperante; el P.Feijoo (1676-1764) escribe su "Teatro crítico", modelo de curiosidad intelectual y de amplitud de conocimientos; Juan Pablo Forner se distingue como polemista incansable. En la poesía destacan Meléndez Valdés (1754-1817), Quintana (1772-1857), Nicasio Gallego (1777-1810), Cadalso (1741-1782) (...) y los fabulistas Iriarte y Samaniego. En la novela  la producción es escasa, adquiriendo celebridad el P.Isla. El teatro es de gusto neoclásico francés y lo representan Moratín (padre e hijo) , y la orientación nacional la lleva el sainetero don Ramón de la Cruz.
El arte sufre un cambio radical ya que el siglo XVIII tan revolucionario en todos los órdenes de la vida nacional, lo ha sido también en el color. Algunas catedrales son embadurnadas de cal. De El Escorial, hecho para la penumbra y el claroscuro, se pasa a Aranjuez. Los tonos (...) se aclaran, hasta aparecer un mundo pictórico distinto, en las pinceladas de Luis Paret o de Goya. (...)
En arquitectura continúa el triunfo del estilo barroco durante la primera mitad del siglo XVIII, y lo representan: José Churriguera, que se inmortaliza en Salamanca; Pedro Ribera, autor de la fachada del Hospicio (...) El XVIII no es creador en arte; sus ojos están vueltos a un purismo artificioso recompuesto a base de normas seudoclásicas. (...)
En escultura, la estatuaria religiosa en madera policromada sigue la tradición nacional y es el murciano Salcillo el más famoso (...)
En España, como en toda Europa, domina la música italiana: se  dieron funciones de ópera en Madrid y Barcelona. La española de manifiesta en las zarzuelas y canciones populares. El P.Eximeno figura entre los tratadistas.
En la producción pictórica española hay un agotamiento, pero hay también una incomprensión de los español por parte de la nueva dinastía. Los Borbones, sin contacto ni amor con la tradición española, traen a su corte artistas extranjeros; ellos son los retratistas oficiales y los que reciben los mejores encargos (...) El fenómeno sorprendente en nuestra pintura del siglo XVIII, después de estos años de academicismo es la aparición de un genio de primera magnitud, Goya, artista que refleja íntegramente una época (...)

Terrero, J. ( 1972) Historia de España. Barcelona: Hispania Sopena

La música en Valencia (del XVIII)

(…) Durante este lapso de tiempo, el teatro en Valencia, no anduvo rezagado en cultivar todos los géneros entonces conocidos, porque durante el siglo XVII, interpoladas entre los Autos Sacramentales y comedias (hasta 26 compañías), se cantaron algunas comedias en música, y una ópera titulada Orfeo el divino, el año 1694, que pudo ser la del maestro Combert (1669), vertida al castellano, ó la de Claudio de Monteverde, estrenada en 1607 en Mantua, aunque dudamos fuera ésta, porque no es presumible hubieran elementos bastantes para poner en escena obra de tanta transcendencia musical. Durante la centuria décimo-octava, más bien por seguir la moda cortesana que como tendencia claramente definida en el orden estético, se generalizaron más en Valencia, los espectáculos cantados, dando algunas funciones compañías italianas llamadas á la sazón de óperas de música. Entre ellas, tenemos noticia de una que actuó pocos días, en el año 1710, que repitió el Orfeo, y cantó Andomeda, del maestro Manelli, estrenada en 1637. Otra, en el año 1723, que cantó el Amor vencido de amor, Las arañas de Thesseo, La divina Filateay Eurotas y Diana; otra en 1737, que suponemos fuera de cantantes españoles, que representó el Auto Sacramental  Amar al prógimo como á sí mismo (se representó también en la plaza de la Seo la víspera de Corpus Crhisti, y al siguiente día en la Casa de la Ciudad), Endimión y Diana, Venus y Cupido, La viña del Señor, El veneno y la triaca, La nave del mercader, El mariscal Byron y El maestrazgo del Toisón, obras todas de cantado, pero entre las que no podemos especificar las que fueron autos, óperas ó zarzuelas. (Desde 1749 al 1760 no hubo espectáculos teatrales en Valencia, por exigencia del Sr. Arzobispo Mayoral).
                En 1751, con motivo de la venida á Valencia del infante D. Carlos, solemnizando el cumpleaños de la Reina en 1754, y en celebridad de los desposorios del príncipe el año 1758, se dieron funciones en el Palacio del Real por una compañía de operistas italianos. Las aficiones artísticas de los representantes de la realeza en Valencia se transmitieron á la sociedad aristocrática y á los elementos más cultos de la capital, que se reunieron y contrataron al célebre escenógrafo boloñés Felipe Fontana para que se montara, como lo hizo, un teatro en el palacio de los Duques de Gandía, situado en la plaza de San Lorenzo. Con la asistencia y aplauso de la sociedad de buen tono, se cantaron La Schiavariconosciuta, la primera y segunda parte de la BuonaFigliola(de NiccoloPiccini, Napoletano); el Castor y Polux de Rameau. La sala elección de estas obras demuestra que el gusto musical estaba en Valencia lo bastante perfeccionado para poder apreciar las diferencias entre las obras genuinamente italianas y las del insigne músico francés Juan Felipe Rameau. Cantáronse también en el citado teatro, el Ataxerxes, drama en música del célebre abate P.Metastasio; L’Almesia, de Francesco de Mayo, El Charlatán, Montezuma, y otros que no podemos especificar.
                Por esta misma época, y tal vez en competencia con el teatro de la plaza de San Lorenzo, se dieron en el llamado de Balda diez y nueve representaciones por una compañía de operistas italianos, que, siguiendo la costumbre, cantaron también varias obras en castellano y las óperas Ilvillinorefato, La Contessinay Las mujeres vengativas (llamadas óperas grandes). En el año 1767 dio también ocho funciones una compañía de cantarinas inglesas, á la que siguieron unos años en sucesivos las de José Ibarra, Antonio Hermosilla, María del Basto y Juan Lavenant, que alternaban el espectáculo de comedias con las llamadas fiestas de zarzuela, entre las cuales obtuvieron mayor éxito Las pescadoras del Grao, El filósofo aldeano y Más puede el amor que el oro. Llegada la primavera de 1772, llamada en el lenguaje teatral de antaño temporada de veranillo, se dieron en el citado teatro de la Balda cuarenta y dos representaciones por operistas italianos que no hemos tenido la suerte de poder averiguar cuáles fueran. Evidencia la creciente afición á estos espectáculos, y los esfuerzos que hacían las empresas para ser gratas al público, el hecho verdaderamente inusitado de ponerse en escena en Noviembre del año 1775 la Isla desierta, de Sachini (ópera que luego se llamó Colonia), estrenada en París en Mayo del mismo año; cosa que difícilmente se repite en ninguna capital de provincia.
                Conocido este hecho, natural ha de parecernos que dos años después diera la compañía italiana de Joseph Croce setenta y dos funciones, poniendo en escena, entre otras, las óperas siguientes: Locanda, La buonafigliola(Piccini), Las labradoras bizarras, La Contessina, La impresa della opera, Ataxerxes, El filósofo imaginario, La Frascatana(Paessiello), El rey de Caramañia, El hombre vagamundo, Clemenza de Tito, La isla de Alcina, El Calandrano, La incógnita perseguida, La molinera (Paessiello), La maestra y la discípula, El tambor nocturno, Hipólito y Aricia(Rameau, 1733), El avaro sordo, Cadmo y Hermion(Sulli, 1673).
                Siguiendo nuestra investigación, hasta fines del año 1790 no encontramos rastro alguno de las obras teatrales, cosa que se explica recordando que durante doce años estuvieron prohibidas las representaciones en teatros de madera, como lo era el que había á la sazón en Valencia. El hecho cierto es, que tal solución de continuidad cesó el día 5 de Diciembre de 1790, en que se cantó El barbero  de Sevilla, de Paessiello, puesto en escena en San Petersburgo el año 1780. Al siguiente año, la compañía de Antonio Solís dio varias funciones en Valencia y en Alicante, alternando el espectáculo cantado con el dramático.
                Como se ve, el reinado dictatorial de la ópera italiana llegaba á pasos agigantado: los Trufaldines del Retiro (así llamados por el pueblo los italianos subvencionado por el rey) fueron las avanzadas de una invasión que no tardó en enseñorearse, imponiendo su ley á la corte, el público y hasta á los mismos artistas de cantado españoles, que tuvieron necesidad de italianizarse para que les fuera lícito ejercer su profesión, y cuenta que entre ellos los había del fuste de Lorenza Correa, Eugenia Arteaga y Manuel García.
                Durante la centuria décima-octava las aficiones teatrales se transmitieron á la nobleza y á las clases que hoy llamamos intelectuales, que prestaron cada día mayor atención á todo lo que con la música se relacionaba. Buena prueba de ello fueron las diversas academias que se fundaron en esta capital, ente las que merecen especial mención las llamadas del Alcázar y las de Nuestra Señora de los Desamparados, presidida ésta por el conde de la Alcudia, que tenía, entre otros objetos, el de fomentar el adelantamiento de la música, danza y declamación.
                A pesar de los hechos que venimos narrando, Valencia participaba del letargo artístico que dominaba á la península; en todo aquel largo período, el fuego  sacro de la afición no llegó a extinguirse, pero nada acusaba una vitalidad ó energía digna de historiarse. Los pocos compositores que , como Martín y Soler, aspiraban al aplauso del público, tenían que buscar en extranjero suelo la realización de sus nobles ideales, y los esfuerzos que contados maestros de Capilla intentaron vivificar la música sagrada, perdiéndose en el vacío. El italianismo dominaba, y no había actividades más que para rendirle entusiasta vasallaje, como si rechazaran sistemáticamente los pocos destellos del renacimiento musical, iniciado: en Italia, por Palestrina; en Alemania, por Bach; en Austria, por Hayden, y en Inglaterra por Haendel. Durante muchos años no hubo ambiente mas que para la ópera italiana y para el virtuosismo, predominado éste en los comienzos del siglo XIX, hasta el punto de inaugurarse el teatro principal de Valencia con la ópera de RossiniLa Ceneréntola, á la que siguieron sucesivamente El barbero de Sevilla, El conde Orí, La gazza ladra, La italiana en Argel, y Serniramis, del mismo maestro, que obtuvo casi la exclusiva, dando alguna participación á Bellini y Donizetti, hasta el último tercio de la pasada centuria, en que comenzó á vislumbrarse la posibilidad de un nuevo ideal estético basado en la melodía harmónica.
                (En 1800 se creó la banda de música de los Asilados en la Casa de Misericordia, por iniciativa del Inquisidor fiscal D.Nicolás Rodríguez Lazo. Y pocos años después el Ayuntamiento aceptó los servicios y autorizó para que llevara el nombre de Banda Municipal á la dirigida por el Sr. Izquierdo. El pueblo la conocía por la música del oli, porque ordinariamente ensayaba en la ya derruida lonja del aceite)
                Preciso es conocer que, ya promediado el siglo, se inició en Valencia el renacimiento musical por un grupo de aficionados y músicos entusiastas, que hicieron laudables esfuerzos para generalizar la afición al arte de los sonidos, y encauzar el gusto del público. Dedicáronse éstos á rendir culto á las grandes composiciones de Hayden y Mozart, llegando en su laudable empreño hasta á formar una orquesta de personalidades distinguidas en la sociedad valenciana, que no sólo se reunían periódicamente en casa del Sr. D. Rafael Manent para dar conciertos de carácter íntimo, sino que llegaron á prestar su valioso concurso en algunas solemnidades religiosas y profanas,  (Ejemplo de esto fueron las Siete palabras de Hayden, que se cantaron en la iglesia de San Nicolás el Viernes Santo de 1846), dándose el caso verdaderamente honroso para nuestra capital, que mientras en casi toda España, incluso Madrid, era punto menos que desconocida la música di camera, los citados señores y el maestro Giner le rendían aquí culto, echando la simiente que luego fructificó en los conciertos clásicos de la “Sociedad de Amigos del País”, y más tarde en el Círculo Valenciano. (…)


La música en Valencia. Diccionario biográfico y crítico. José Ruiz de Lihory. 1903



La indumentaria del siglo XVIII

En la corte de Luis XV se impuso la peluca de ala de paloma, poco abultada y sin rizos, que se cogía atrás con un lazo. La casaca está bien desarrollada y es larga. A veces se la encolaba de cintura para abajo para que se ensanchara más. Debajo se ponía la chupa, que es el antiguo jubón, con media manga, quedando el antebrazo sólo cubierto por la camisa. No estaban permitidos el bigote ni la barba. El terciopelo era la tela más frecuente. La librea era el traje de los criados y lacayos.
En la indumentaria femenina la moda española perduró más largamente. Prueba de ello es el gran desarrollo del miriñaque, en España llamado guardainfante, derivado de la falda cónica española. El desnudismo se va infiltrando en la corte francesa de Versalles, donde las mujeres ostentan grandes escotes. Con esto desaparecen los cuellos de encaje, que en la mujer habían tenido igualmente gran desarrollo. En España, no obstante, se mantuvo la valona cariñana o cuello de tul.
La ligereza de la ropa es todavía mayor en la primera mitad del siglo XVIII. Llevan las mujeres trajes muy escotados y ceñidos al tronco, con abultados miriñaques. El guardainfante español se erige en antecesor del miriñaque. Un oprimente corsé estrangula la cintura de la mujer (cintura de avispa). El vuelo se lograba gracias a unos aros de hierro o hueso de ballena (ballenas). Debido a tal estorbo, la mujer se veía impulsada a realizar gestos dulces y reverenciosos, sobre todo al emprender las inclinaciones. (…)
El cabello femenino se recoge arriba. Flores naturales y artificiales realzaban el cabello y el vestido, y las mismas telas presentaban frecuentemente este motivo.
A mediados del siglo XVIII comienza el uso de la peluca cadogan, corta y con rizos horizontales y paralelos, a ambos lados.
El traje rococó se ve simplificado en la mujer. Se hacen vestidos con abundante cantidad de tela, lisa o con encajes, en sustitución de los ricos terciopelos y rasos del rococó. El peinado es más alto, adornado con bucles. Están de moda enormes sombreros, coronados con penachos de plumas. Las damas llevan frecuentemente abanicos.
Con la revolución francesa (1789-1795) se establece un cambio decisivo en el vestir. Fue Inglaterra la que dio los primeros pasos. Allí apareció un traje masculino con las mismas prendas que el anterior, pero hecho con telas más sencillas, sin adornos, desapareciendo las pelucas postizas e imponiéndose el sombrero de copa. Pero, naturalmente, tuvo que ser la Revolución la que acabara con la aristocracia antigua y con sus modas. Con esto se cumplían los deseos de Rousseau de lograr un vestido menos aparatoso y mayor naturalidad. El nuevo traje quedaba privado de todo lujo, se democratiza, rompiéndose las antiguas diferencias de clase social. El color negro se generalizó.
El nuevo traje era el frac, hecho de paño, especie de levita abrochada adelante, cayendo larga cola por la parte posterior. De la antigua chupa nacía el chaleco, al que se añadió un cuello alto. A éste se arrollan grandes corbatas. El cabello va suelto, sin pelucas, y se cubre con sombrero redondo o de copa, en sustitución del tricornio. Grandes botas remplazan a los zapatos. Se utiliza, a partir de ahora, el pantalón largo, aunque alternando todavía con calzones holgados, que se sujetan a las botas. El bastón remplaza a la espada.
El traje femenino se simplificó. El algodón y las estameñas sustituyeron a las sedas. Empieza el comercio de confecciones, síntoma de democratización. El vestido se afloja, llega hasta el suelo, pero desaparece el miriñaque. Igualmente el cabello se desembaraza de plumas, cintas, flores, etc, que pasan al sombrero. Y, finalmente, se impuso el vestido griego, primeramente ensayado en Inglaterra. Se usa un solo vestido, de tela ligera, a manera de largo camisón que se arrastra, con grandes escotes en pecho y espalda. El talle queda muy alto, acusándose con un flojo cintillo, en la unión de cuerpo y falda, que constituyen una sola pieza. Esta moda, derivada de Grecia, dícese que fue impuesta por la duquesa de York para disimular los efectos de su embarazo. La ropa era tan ligera que fomentó las pulmonías, como anteriormente el traje rococó la tuberculosis. Enaguas y corsés quedaron prohibidos. Se lleva el peinado corto y sencillo, sujeto con diademas.
Martin González, J.J. Historia del Arte, Madrid, 1986.

Com a reacció nacionalista contra el classicisme afrancesat certs aristòcrates anti-il·lustrats de Madrid propugnaren la majeza, és a dir l’adopció de formes externes de la vida popular indígena. També a València alguna dameta divuitesca fou retratada vestida de llauradora. (...)
Sanchis-Guarner i Cabanilles, M. La ciutat de València, 1997
Vista interior de una posada en el Reyno de Valencia
Voyage pittoresque et historique de l'Espagne
Alexander de Laborde, 1811. Paris



Cesta de flores y vista del Palacio Real de Valencia. (Óleo, 1844)
Miguel Parra (Valencia, 1780-­Madrid, 1846)
Museo Nacional del Prado. Adquisición Colección Rosendo Naseiro, 2006


Parra, Miguel (Valencia, 1780-­Madrid, 1846). Pintor español. Estudió en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos de Valencia, con Benito Espinós y Vicente López, que llegaría a ser su cuñado. Autor de floreros, naturalezas muertas y notable retratista, su obra la continuó su hijo, José ­Felipe Parra, y su nieto, llamado como él. Llegó a ser profesor de la Escuela de Bellas Artes de San Carlos y pintor de ­cámara de los reyes Fernando VII e Isabel II, siendo encargado de formar el Museo Provincial de Valencia, donde se encuentra una buena parte de su obra.
Con el permiso correspondiente del Museo del Prado, se publicó como portada en el CD "Ay! qué prodigio" monográfico de Joaquín García, hace un par de años. ¿Quién encuentra alguna diferencia entre la portada y la obra original? Vía e-mail.



... El Palacio del Real de Valencia fue el antiguo palacio de los Reyes de Valencia ... Desde el siglo XI al XIX fue sede regia para los reyes tanto de la taifa valenciana, como para los monarcas de la Corona de Aragón, los Austrias y los Borbones... Se encontraba situado extramuros de la ciudad, al otro lado del río Turia ... El palacio fue destruido en la guerra de la Independencia española en 1810, por las tropas españolas que defendían la ciudad... para evitar el disfrute a los invasores.



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